Lima... ¿dónde las calles vuelan?
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
Lima al mediodía. Lima en hora punta: movimiento, trajín, pregones en calles que palpitan, transpiran, bullen bajo un sempiterno cielo gris, color panza de burro; ¡cómo?, así le dicen, pues, es su “chaplín”, su “mote”, su “alias” desde siempre, porque Lima es opaca, sombría, plúmbea, cuando hiere el sol o cuando carcome el frío. La bruma es eterna. La bruma es limeña, compadrito.
Es mejor no mirar al cielo. Da pena, mete nostalgia y no quiero tentar a la tristeza, menos hoy estoy “chocho” y “recontra pilas”, porque voy en busca de unas calles que están en el aire o algo por el estilo. Suena raro, pero existen, bueno, eso creo, eso me dijo un amigo que leía un libro sobre el Centro Histórico de Lima, que a decir verdad, tiene mucho de histórico, pero ya casi nada de centro.
Y es que la ciudad se estira como chicle de quinceañera y ahora es difícil saber dónde diablos está su verdadero centro geográfico; pero por algún sitio debe de andar el pobre, porque no se lo han robado -humm, al menos no tengo noticias de semejante atropello- aunque en Lima todo es posible, en eso se asemeja a la dimensión desconocida.
Con o sin centro, tengo que encontrar las calles flotantes de Lima... ¿Bajas, chino?, me pregunta el cobrador de la combi, sacándome de mis profundos y elevados pensamientos; ¿pie derecho, barrio, rápido, rápido?, ordena luego, lo que en jerga limeña significa saltar o tirarse del vehículo antes de que éste se detenga del todo. Así ganan tiempo en su imaginario y cotidiano grand prix urbano.
Otra vez soy un ciudadano de a pie. Estoy en la esquina de la avenida Tacna y Conde de Superunda, cerquita a la Plaza de Armas, el cuatricentenario corazón de Lima que, milagrosamente, no se ha infartado y aún late con vigor, entre construcciones emblemáticas como el Palacio de Gobierno, la Catedral y la sede del gobierno Municipal.
Mi idea era andar a paso de procesión, hasta que apareció una figura sospechosa (léase presunto delincuente). Pueden llamarlo cobardía, aunque personalmente preferiría que lo vieran como un refinado espíritu de supervivencia en la maraña de smog, al impulso que me llevó a cambiar de acera y apresurar el ritmo de mi marcha.
Redoblo el paso: Uno y dos, esquivando transeúntes con apariencia de zombis, escapando a las palabras hipnóticas de un charlatán armado de pócimas mágicas; izquierda-derecha-izquierda, apiadándome de los mendigos de cegueras inventadas o que exhiben hijos alquilados; y, a la vez, “toreando” automóviles 007, es decir, con licencia para matar.
Aceleré el paso y lo digo sin ningún tipo de vergüenza, porque no soy karateca ni tengo espíritu de kamikaze; más bien, estoy convencido de que si se acerca un malandrín con intenciones nadas santas, lo mejor es sacar cuerpo. “Al diablo con las calles voladoras”, pensé durante mi estratégica huida, aunque la idea no prosperó, por el contrario, desapareció más rápido que sueldo en cantina.
En verdad no me arrepiento de haber persistido en mi incursión al Centro de Lima. Y es que me quedé maravillado cuando encontré lo que buscaba. “Son como calles en el aire o por los aires”, murmuré imbuido de un espíritu metafórico; “y no están ahí por culpa de un proceso inflacionario”, agregué, mezclando mi lacrimógeno sentido del humor con mis escasos conocimientos de economía.
Lo único malo de mi “encuentro cercano” con las “calles voladoras”, es que un jubilado que andaba por ahí escuchó mi murmuración y sin recato alguno me encaró: “¿calles en el aire?, qué te has fumado, hijito. Esos son balcones”. La frase rompió todo el encanto místico-literario-metafórico que me contagió mi amigo y me situó en una realidad “abalconada”.
Una realidad que fui descubriendo de a pocos, al caminar por los gastados jirones del “Damero de Pizarro”, así se le llama al centro, en honor al fundador de la ciudad, quien debe andar medio tristón en el ¿cielo? o en el ¿infierno?, por el arranque “pseudo indigenista” del actual alcalde, que decidió mandar al depósito el monumento del capitán español, que se encontraba en la Plaza de Armas.
Más allá de la anécdota, lo que importa es que en Lima hay balcones grandes y pequeños, lindos y feos, de origen andaluz y de influencia árabe. Balcones de todo tipo y para todos los gustos, que ocultaban la mirada escrutadora y desdeñosa de los poderosos o escondían la contemplación seductora y coquetísima de las bellas hijas del Rímac.
Historia de Balcones
Balcones y más balcones. Conservaditos o a punto de caerse en mil y un pedazos. Son tantos que algunos hasta han sido adoptados (existe un programa municipal llamado Adopta un Balcón) para librarlos del colapso, porque hay que ser sinceros, la capital peruana no sería la misma sin sus calles en el aire, y las llamo así, aunque el jubilado piense que ando en cosas raras.
En mi periplo pude descubrir varios detalles de los balcones de la “Ciudad de los Reyes”, esas joyas de madera que aparecieron a mediados del siglo XVI y que hoy dan la impresión de estar en una especie de limbo, entre la agitación mundana de los jirones y avenidas y la dudosa “paz celestial” del cielo pálido, surcado por hambrientos gallinazos.
Camino y fotografío, camino y apunto, camino y escucho que fueron los españoles los que trajeron el balcón a América y que proliferaron en la “Ciudad Jardín, debido a su clima suave y sin lluvia, lo que favorecía la construcción de los mismos. En un principio fueron sobrios y sencillos. Después se pondrían de moda las celosías (enrejados) de estilo musulmán.
Los balcones limeños presentan influencias andaluza. Hasta aquí todo está claro, pero la historia se complica y se pone más enredada que “pelea de pulpo”, cuando una se entera que los andaluces fueron influenciados por los árabes. Lo que más sorprende aún, es que en El Cairo (Egipto) hay construcciones similares; en fin, una auténtica “ensalada” de nacionalidades.
Ahora ya no me asustan lo presuntos delincuentes y admiro con tranquilidad los balcones de la Casa de Osambela, cuadrados como armarios; del Palacio Arzobispal, fueron los mejores de Lima, hoy se muestran réplicas; de la Casa del Oídor, los más antiguos; del Palacio de Torre Tagle, asimétricos y con ménsulas laboriosamente talladas; de la Casa de Pilatos y de la Casa Rada o Goyoneche.
Y sigo aprendiendo y sigo apuntando: En los balcones limeños se pueden distinguir tres épocas. La primera de puro estilo español (pequeños, rectos y cuadrados), la segunda con construcciones más amplias y ensambles en línea curva; y, la tercera, con influencia francesa, la cual se evidencia en los medallones, flores y guirnaldas esculpidos en la madera.
Estoy cansado. Es hora de marcharme. Adiós centro de Lima. Adiós balcones. Adiós “calles en el aire”... ah, por cierto, ahora que he recorrido la vieja ciudad, me he enterado que esa frase la dijo el Padre Calancha, allá por el siglo XVIII. Él si era metafórico, no como el jubilado que me despertó de mi serena contemplación. Vuelvo a la combi. Lima sigue en ebullición
*Nota: Algunos datos de esta crónica fueron extraídos de los libros: El Balcón Limeño, de J.G. Fiol Cabrejos; Lima Monumental, de Margarita Cubillas; Lima, Precolombina y Virreinal; e Itinerarios de Lima, de Héctor Velarde.
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
Lima al mediodía. Lima en hora punta: movimiento, trajín, pregones en calles que palpitan, transpiran, bullen bajo un sempiterno cielo gris, color panza de burro; ¡cómo?, así le dicen, pues, es su “chaplín”, su “mote”, su “alias” desde siempre, porque Lima es opaca, sombría, plúmbea, cuando hiere el sol o cuando carcome el frío. La bruma es eterna. La bruma es limeña, compadrito.
Es mejor no mirar al cielo. Da pena, mete nostalgia y no quiero tentar a la tristeza, menos hoy estoy “chocho” y “recontra pilas”, porque voy en busca de unas calles que están en el aire o algo por el estilo. Suena raro, pero existen, bueno, eso creo, eso me dijo un amigo que leía un libro sobre el Centro Histórico de Lima, que a decir verdad, tiene mucho de histórico, pero ya casi nada de centro.
Y es que la ciudad se estira como chicle de quinceañera y ahora es difícil saber dónde diablos está su verdadero centro geográfico; pero por algún sitio debe de andar el pobre, porque no se lo han robado -humm, al menos no tengo noticias de semejante atropello- aunque en Lima todo es posible, en eso se asemeja a la dimensión desconocida.
Con o sin centro, tengo que encontrar las calles flotantes de Lima... ¿Bajas, chino?, me pregunta el cobrador de la combi, sacándome de mis profundos y elevados pensamientos; ¿pie derecho, barrio, rápido, rápido?, ordena luego, lo que en jerga limeña significa saltar o tirarse del vehículo antes de que éste se detenga del todo. Así ganan tiempo en su imaginario y cotidiano grand prix urbano.
Otra vez soy un ciudadano de a pie. Estoy en la esquina de la avenida Tacna y Conde de Superunda, cerquita a la Plaza de Armas, el cuatricentenario corazón de Lima que, milagrosamente, no se ha infartado y aún late con vigor, entre construcciones emblemáticas como el Palacio de Gobierno, la Catedral y la sede del gobierno Municipal.
Mi idea era andar a paso de procesión, hasta que apareció una figura sospechosa (léase presunto delincuente). Pueden llamarlo cobardía, aunque personalmente preferiría que lo vieran como un refinado espíritu de supervivencia en la maraña de smog, al impulso que me llevó a cambiar de acera y apresurar el ritmo de mi marcha.
Redoblo el paso: Uno y dos, esquivando transeúntes con apariencia de zombis, escapando a las palabras hipnóticas de un charlatán armado de pócimas mágicas; izquierda-derecha-izquierda, apiadándome de los mendigos de cegueras inventadas o que exhiben hijos alquilados; y, a la vez, “toreando” automóviles 007, es decir, con licencia para matar.
Aceleré el paso y lo digo sin ningún tipo de vergüenza, porque no soy karateca ni tengo espíritu de kamikaze; más bien, estoy convencido de que si se acerca un malandrín con intenciones nadas santas, lo mejor es sacar cuerpo. “Al diablo con las calles voladoras”, pensé durante mi estratégica huida, aunque la idea no prosperó, por el contrario, desapareció más rápido que sueldo en cantina.
En verdad no me arrepiento de haber persistido en mi incursión al Centro de Lima. Y es que me quedé maravillado cuando encontré lo que buscaba. “Son como calles en el aire o por los aires”, murmuré imbuido de un espíritu metafórico; “y no están ahí por culpa de un proceso inflacionario”, agregué, mezclando mi lacrimógeno sentido del humor con mis escasos conocimientos de economía.
Lo único malo de mi “encuentro cercano” con las “calles voladoras”, es que un jubilado que andaba por ahí escuchó mi murmuración y sin recato alguno me encaró: “¿calles en el aire?, qué te has fumado, hijito. Esos son balcones”. La frase rompió todo el encanto místico-literario-metafórico que me contagió mi amigo y me situó en una realidad “abalconada”.
Una realidad que fui descubriendo de a pocos, al caminar por los gastados jirones del “Damero de Pizarro”, así se le llama al centro, en honor al fundador de la ciudad, quien debe andar medio tristón en el ¿cielo? o en el ¿infierno?, por el arranque “pseudo indigenista” del actual alcalde, que decidió mandar al depósito el monumento del capitán español, que se encontraba en la Plaza de Armas.
Más allá de la anécdota, lo que importa es que en Lima hay balcones grandes y pequeños, lindos y feos, de origen andaluz y de influencia árabe. Balcones de todo tipo y para todos los gustos, que ocultaban la mirada escrutadora y desdeñosa de los poderosos o escondían la contemplación seductora y coquetísima de las bellas hijas del Rímac.
Historia de Balcones
Balcones y más balcones. Conservaditos o a punto de caerse en mil y un pedazos. Son tantos que algunos hasta han sido adoptados (existe un programa municipal llamado Adopta un Balcón) para librarlos del colapso, porque hay que ser sinceros, la capital peruana no sería la misma sin sus calles en el aire, y las llamo así, aunque el jubilado piense que ando en cosas raras.
En mi periplo pude descubrir varios detalles de los balcones de la “Ciudad de los Reyes”, esas joyas de madera que aparecieron a mediados del siglo XVI y que hoy dan la impresión de estar en una especie de limbo, entre la agitación mundana de los jirones y avenidas y la dudosa “paz celestial” del cielo pálido, surcado por hambrientos gallinazos.
Camino y fotografío, camino y apunto, camino y escucho que fueron los españoles los que trajeron el balcón a América y que proliferaron en la “Ciudad Jardín, debido a su clima suave y sin lluvia, lo que favorecía la construcción de los mismos. En un principio fueron sobrios y sencillos. Después se pondrían de moda las celosías (enrejados) de estilo musulmán.
Los balcones limeños presentan influencias andaluza. Hasta aquí todo está claro, pero la historia se complica y se pone más enredada que “pelea de pulpo”, cuando una se entera que los andaluces fueron influenciados por los árabes. Lo que más sorprende aún, es que en El Cairo (Egipto) hay construcciones similares; en fin, una auténtica “ensalada” de nacionalidades.
Ahora ya no me asustan lo presuntos delincuentes y admiro con tranquilidad los balcones de la Casa de Osambela, cuadrados como armarios; del Palacio Arzobispal, fueron los mejores de Lima, hoy se muestran réplicas; de la Casa del Oídor, los más antiguos; del Palacio de Torre Tagle, asimétricos y con ménsulas laboriosamente talladas; de la Casa de Pilatos y de la Casa Rada o Goyoneche.
Y sigo aprendiendo y sigo apuntando: En los balcones limeños se pueden distinguir tres épocas. La primera de puro estilo español (pequeños, rectos y cuadrados), la segunda con construcciones más amplias y ensambles en línea curva; y, la tercera, con influencia francesa, la cual se evidencia en los medallones, flores y guirnaldas esculpidos en la madera.
Estoy cansado. Es hora de marcharme. Adiós centro de Lima. Adiós balcones. Adiós “calles en el aire”... ah, por cierto, ahora que he recorrido la vieja ciudad, me he enterado que esa frase la dijo el Padre Calancha, allá por el siglo XVIII. Él si era metafórico, no como el jubilado que me despertó de mi serena contemplación. Vuelvo a la combi. Lima sigue en ebullición
*Nota: Algunos datos de esta crónica fueron extraídos de los libros: El Balcón Limeño, de J.G. Fiol Cabrejos; Lima Monumental, de Margarita Cubillas; Lima, Precolombina y Virreinal; e Itinerarios de Lima, de Héctor Velarde.
Comentarios
FELICITACIONES POR LO QUE ESTAN HACIENDO.
SIGAN ASI Y MUCHA SUERTE.
gracias por tan bonita explicacion, lo llevare en mi corazon
abril
QUIEN NO RECUERDA ESTE DICHO EN EL CIRCULO DE LOS PROVICIANOS, COMO DICE UN hUAYNO AYACUCHANO VAMOS A LIMA TE DIJE, VAMOS A ICA TE DIJE,.,. PERO TU ME DIJISTE PRIMERO MI PAPA Y MI MAMA,.,,. Y A ESTA ALTURAS COMO SE PROGRESADO EN LA LIMA PROVICINA, SI GAMARRA ES PROVICIANA Y DICEN QUE EN ICA UNO DE LOS MEJORES EN MINIMARKET ES DE UN ANDAMARQUINO ROJAS TITO, Y SU MEJOR PINTOR TAMBIEN SERIA DE ANDAMARCA COMO ES ELIAS HUAMANI Y SU POETA SERIA EL JOVEN LITERATO RODOLFO ALFARO,.,,. CLARO TODO ESTO EN LA BELLA ICA TIERRA DEL SOL ETERNO Y DEL BUEN VINO Y PISCO.
YA VE PAISANITA LINDA TE DIJE VAMOS
A ICA VAMOS A LIMA PERO TU ME DIJISTE MAMALLAYRAJMY!!!!!!!!!
Saludos,
r.v.ch.