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Nubes Congeladas

Callejón en la oscuridad

Relatos de una noche en vela

En las sombras de una noche sin corriente eléctrica, un grupo de viajeros recuerdan sus vivencias en el Callejón de Huaylas, un rosario de pueblos de altura que se encuentran flanqueados por los picos de nieve de la cordillera Blanca y las montañas peladas de la cordillera Negra. Paisajes alucinantes, quebradas pletóricas de verdor, comunidades pintorescas y lagunas esplendorosas, son lugares comunes en esta región del Perú, localizada en el departamento de Ancash.

Viajero: Rolly Valdivia Chávez

Panorama sombrío en una noche de candiles extenuados y velas quebradizas. Noche de apagón, en la que no faltan los contornos difusos, las siluetas borrosas y los breves resplandores que permiten vislumbrar los cuerpos, los rostros, las sonrisas de los viajeros que andan a tientas por las calles de una ciudad desconocida.

Desfile de sombras aventureras que buscan con denuedo un refugio contra la penumbra, un oasis donde la oscuridad será desterrada por la fulgurante llama de los recuerdos; ah, pero es tan difícil encontrarlo en las calles marchitas de farolas espigadas farolas que agonizan por la falta de energía.

Palpita la incertidumbre: ¿a dónde ir? ¿izquierda o derecha? Vueltas, ir y venir, pasos equivocados, pasos repetidos en calles idénticas, igualadas por un extraño manto de oscuridad, especie de pañuelo de mago que las convierte en tenebrosas zanjas de asfalto, en la que merodean ogros de cemento.

Y en el laberinto de las tinieblas repiquetean los rumores, cosquillean los murmullos, aterran las profecías de noches tenebrosas de crespón negro... bah, lo mejor es no escuchar, lo mejor es que el viento se lleve las palabras y arrulle los sueños de los colosos de hielo que rodean Huaraz, la capital del departamento de Ancash.

La búsqueda termina en un restaurante penumbroso. Ambiente sosegado en el que el bailoteo de una llama azul, ilumina los labios cuarteados, las mejillas encendidas, los ojos brillosos de aquellos que fueron sombras errantes en las calles apagadas, figuras claro oscuras en la plaza de Armas con su enorme Cristo que parece bendecir al mundo entero, siluetas de carboncillo en la fascinante confusión de colores del mercado artesanal.

Las voces repliegan a la oscuridad en un inusitado concierto en el que se relatan vivencias en el callejón de las cordilleras en blanco y negro, de las flores amarillas y los ríos santificados, de los pueblos que son una auténtica dulzura y de los danzantes con cabeza de plumero, que se inventan una fiesta para remover el polvo de la algarabía.

Ya no hay contornos difusos en la noche huarasina. Se ha encendido la llama de los recuerdos y alguien habla de una nube anaranjada y esponjosa que le hace mimos a la cima congelada del Huascarán -la montaña más alta del Perú (6,768 metros de altura)- y de un cartel en fondo verde en el que se lee una frase espeluznante: Yungay, pueblo sepultado.

El restaurante se pinta con los colores del ocaso y la espuma de un sudoroso vaso de cerveza, se transforma en un amenazante pico de hielo a punto de desmoronarse... y tembló la tierra y el trozo del glacial se desprendió con furia, se agigantó, rugió, se volvió incontenible. Arrasó árboles, destruyó casas, enterró los sueños y esperanzas de miles de hombres y mujeres.

“Yungay fue enterrado por el alud del Huascarán. Más de 20 mil personas murieron”, concluye el relato un viajero de ojos vidriosos, acongojados, aún sorprendidos por el contradictorio panorama de piedras colosales, tumbas con cruces oxidadas y palmeras invencibles que resistieron los embates del aluvión que el 31 de mayo de 1970, destruyó un pedacito del Callejón de Huaylas.

La antigua Yungay es ahora un cementerio coronado por la imagen del Redentor, que observa con indulgencia o, tal vez, con velada severidad al impasible nevado.

Con el paso de los años, el pueblo se reconstruyó: casas nuevas, iglesia por estrenar, una plaza grande en la que siempre se recordará la desgracia. Nadie olvida el pasado en las alturas, pero la vida continúa... hoy, un hombre prepara raspadillas con el hielo del Huascarán.

Almanaque equivocado
Se acaba el vaso de cerveza. Las gargantas se refrescan. Surge nuevos recuerdos: la laguna de Llanganuco con sus aguas turquesas y su bosque de quishuar al pie del Huascarán, las flores de retama que le dieron el nombre a Carhuaz (deriva del quechua cca huash que significa amarillo), la impactante y congelada belleza del Alpamayo, el nevado más hermoso del mundo.

Una nueva historia: Confusión de colores, vorágine de movimiento, azote de notas musicales en un rincón de la carretera que cruza el Callejón de Huaylas, un majestuoso paraje andino, eternamente enmarcado por la contradicción de sus dos cordilleras: la negra, una cadena de montañas oscuras, y la blanca, una sucesión de enormes nevados.

¿Dónde estamos?... nadie contesta, excepto los músicos que responden en su melodioso idioma de corcheas y compases. Música y baile en las alturas, para engreír al rumoroso río Santa, a las montañas robustas de ambas cordilleras y al Señor de la Soledad, la imagen adorada que protege a los hombres y bendice las tierras.

En una calle orlada de fiesta, una avanzada de jóvenes -sombreros de pluma, camisas holgadas de colores deslumbrantes- se contonean, brincan, se acercan, forman un círculo y hacen vibrar los cencerros que llevan amarrados en sus piernas. La danza se prolonga por varios minutos. Es una sucesión de piruetas y pasos complicados. Gotitas de sudor en los rostros de los bailarines.

Al fin vuelve la calma. Al fin hay una respuesta: “estamos en Tinco”, dice una mujer, “la danza se llama shacsha y es infaltable en la fiesta del Señor de la Soledad, que es en mayo...”, agrega, mientras que, tenedor en mano, planifica la ofensiva, el ataque y posterior conquista de un plato de cocho (frejolito cocido con ensalada de cebolla)... pero, tras el primer bocado, se ve obligada a suspender las hostilidades.

“Le explico –comenta y mira con deseo los frejolitos- la danza es tradicional en mayo, pero la gente estaba un poquito triste y se organizó una actividad para levantar los ánimos y recaudar fondos en beneficio de la comunidad. Así que por eso se está bailando en junio”, concluye la frase y vuelve al ataque.

Las risas y los golpes de mesa son el colofón de la historia. La vela que iluminaba los rostros, se ha convertido en una mazamorra de cera a punto de extinguirse. Ya no hay tiempo para más relatos. Fin de un concierto de sombras en un restaurante penumbroso.

*Mayor información de Huaraz y el Callejón de Huaylas en http://www.enjoyperu.com; si desea ver más imágenes de la zona visite: http://www.peru-pictures.org

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