Patrona de Otuzco
La Virgen de la Puerta
Se escapaba del altar para auxiliar a los enfermos o vigilar al pueblo desde el atrio de la iglesia; entonces, sus devotos, preocupados y atónitos, decidieron colocarla en la fachada del templo de Otuzco, pueblo serrano localizado a 70 kilómetros de Trujillo (La Libertad). La medida fue exitosa, la llamada Virgen de la Puerta no volvió a escabullirse. Ahora, está quietecita, observando las calles y escuchando con infinita bondad, las plegarias de sus miles de fieles.
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
En la esquina de la plaza de Armas, una mujer vende helados. Sentada en una banquita retaca, de patas rengas y arqueadas, espera con paciencia a sus clientes: devotos que sepultan lágrimas en pañuelos arrugados, hombres y mujeres que huelen a camino, sahumerio y vela derretida, niñitas curiosas e inquietas que cuentan los secretos de la Virgen.
Sólo unos metros detrás, en el centro de la plaza, varios ancianos de piel tostada, conversan sobre sus chacras, reportan la salud del ganado enfermo, se quejan por la cosecha escasa, maldicen a la temporada de lluvias que se extendió más de lo necesario y a la carretera de fango que secuestra la llantas de los camiones... “uy, la virgencita nos puede oír”, exclaman y se persignan. Al fin sonríen.
A espaldas de los ancianos y justo al frente de la iglesia que bordea la plaza, un grupo de hombres y mujeres colocan taburetes y tableros, extienden franelas y cordeles, cuelgan cirios y escapularios, exhiben cuadros e imágenes... “lleve una velita para la Virgen”, insisten una y mil veces, algunos con desgano, otros, con sagacidad de fogueados comerciantes.
Unos metros más arriba, desde la urna colocada en el segundo piso de la iglesia, la Virgen otea la plaza y el perfil serrano del pueblo de Otuzco. Mira con simpatía a la lejana vendedora de helados, se entretiene con la conversación de los ancianos –a quienes perdona sus maldiciones- y se irrita con aquellos que lucran con la fe de sus devotos.
A escasos centímetros de la urna y totalmente indiferente al ajetreo de la plaza, una mujer se hinca frente a la imagen sagrada y cubre su rostro con un paño de tela negra. Se siente el murmullo de su voz acongojada, se presumen las lágrimas que ruedan por sus mejillas, pero se ignoran las confesiones, los pesares inmensos que atribulan su alma. La Virgen escucha. Un corazón se llena de esperanzas.
Imagen traviesa
“Sí, la Virgen es milagrosa”, asevera la señora de los helados al despachar un cono de fresa. “Tiene un montón de ropa y en fiestas patrias se viste con los colores de la bandera”, relatan la niñitas revoltosas. “La trajeron los curas españoles en tiempos de la colonia, pero era caprichosa y no quería estar en el templo”, cuentan los abuelos, recordando las historias que escucharon en su infancia.
La virgencita desaparecía, se escapaba del altar para colocarse en la puerta de la iglesia o atender a algún enfermo. Desde ahí miraba a la gente del pueblo, que andaba confundida y perpleja por la caprichosa actitud de la imagen, hasta que cierto día –no se sabe si para darle gusto o evitar una estrepitosa caída de esas de las que nadie está libre, ni siquiera la madrecita de Dios ¿no es verdad?- decidieron colocarla en el atrio del templo.
Y la llamaron Virgen de la Puerta. Y en 1943, el Papa Pío XII le otorgó el título de Patrona del Norte del Perú y Reina de la Paz Mundial. Y el ministro Morales Machiavelo elaboró los planos de un santuario que estuviera a la altura de imagen tan importante. Y los miembros de la Hermandad, consideraron que no era pecado gastar el dinero de la limosna, en obra tan loable.
Cerca de 40 años demoró la construcción de un santuario de sencilla y lítica grandeza, con dos torres robustas coronadas por cruces blancas, amplias naves capaces de cobijar a todos los devotos y un balcón desde el que se puede ver de cerca la urna de la Virgen, que ha sido colocada encima de las tres puertas, para evitar sus repentinos arranques de escapista.
Pueblo de fiesta
“Siempre escucha a sus fieles”, sentencia la vendedora al despedirse de su banquito reumático. “El libertador Simón Bolívar le rindió honores y, en la guerra con Chile, uno de sus vestidos fue abaleado”, se entristecen las niñitas que no saben guardar secretos. “Su fiesta es linda. Procesiones, música y baile durante 3 días”, se olvidan de las maldiciones los ancianos de la plaza.
Diciembre, mes de fiesta en Otuzco. Desborde de fe. Arrebatos de devoción en un pueblo habitualmente tranquilo, que se ve trastocado por la llegada de cientos, quizá miles de peregrinos procedentes de todo el Perú... “Ah, esos días la plaza está llena”, confiesa la mujer del velo negro y el corazón lleno de esperanzas; “Ah, esos días sí hay negocio”, se frotan las manos, sacan cuentan los mercaderes del templo.
Marea titilante de velas encendidas. Vaivén de bailarines de marinera y huayno. Redoblar de tambores. Estallidos persistentes de bombardas de artificio. Fiesta en un pueblo campesino de calles centenarias, casonas descascaradas y chirriantes balcones de madera... “la gente le regala mantas y preciosos vestidos a la Virgen. Tiene más de 500 y todos están aquí”, acaricia monedas, cuenta billetes, el hombre que vende los boletos en el museo del Santuario.
Día de procesión. El fervor aumenta. La Virgen desciende desde su atalaya en el frontispicio de la iglesia. “Es emocionante. A uno se le caen las lágrimas”, dice la señora de los helados. “Los miembros de la Hermandad, tienen un sistema para hacerla bajar”, revelan los ancianos. “La pasean por las calles del pueblo. Bendice a todos”, adelgazan sus voces las niñas inquietas.
La mujer del velo negro desaparece en el horizonte. Los helados terminan de derretirse. Las niñas se cansan de contar historia. Los ancianos ya no tienen más quejas. Nadie compra velas ni escapularios. Se acaba el día. La plaza de Armas queda desierta... pero la Virgen sigue en la puerta, observando los perfiles serranos de su pueblo: Otuzco, la capital de la fe.
La Virgen de la Puerta
Se escapaba del altar para auxiliar a los enfermos o vigilar al pueblo desde el atrio de la iglesia; entonces, sus devotos, preocupados y atónitos, decidieron colocarla en la fachada del templo de Otuzco, pueblo serrano localizado a 70 kilómetros de Trujillo (La Libertad). La medida fue exitosa, la llamada Virgen de la Puerta no volvió a escabullirse. Ahora, está quietecita, observando las calles y escuchando con infinita bondad, las plegarias de sus miles de fieles.
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
En la esquina de la plaza de Armas, una mujer vende helados. Sentada en una banquita retaca, de patas rengas y arqueadas, espera con paciencia a sus clientes: devotos que sepultan lágrimas en pañuelos arrugados, hombres y mujeres que huelen a camino, sahumerio y vela derretida, niñitas curiosas e inquietas que cuentan los secretos de la Virgen.
Sólo unos metros detrás, en el centro de la plaza, varios ancianos de piel tostada, conversan sobre sus chacras, reportan la salud del ganado enfermo, se quejan por la cosecha escasa, maldicen a la temporada de lluvias que se extendió más de lo necesario y a la carretera de fango que secuestra la llantas de los camiones... “uy, la virgencita nos puede oír”, exclaman y se persignan. Al fin sonríen.
A espaldas de los ancianos y justo al frente de la iglesia que bordea la plaza, un grupo de hombres y mujeres colocan taburetes y tableros, extienden franelas y cordeles, cuelgan cirios y escapularios, exhiben cuadros e imágenes... “lleve una velita para la Virgen”, insisten una y mil veces, algunos con desgano, otros, con sagacidad de fogueados comerciantes.
Unos metros más arriba, desde la urna colocada en el segundo piso de la iglesia, la Virgen otea la plaza y el perfil serrano del pueblo de Otuzco. Mira con simpatía a la lejana vendedora de helados, se entretiene con la conversación de los ancianos –a quienes perdona sus maldiciones- y se irrita con aquellos que lucran con la fe de sus devotos.
A escasos centímetros de la urna y totalmente indiferente al ajetreo de la plaza, una mujer se hinca frente a la imagen sagrada y cubre su rostro con un paño de tela negra. Se siente el murmullo de su voz acongojada, se presumen las lágrimas que ruedan por sus mejillas, pero se ignoran las confesiones, los pesares inmensos que atribulan su alma. La Virgen escucha. Un corazón se llena de esperanzas.
Imagen traviesa
“Sí, la Virgen es milagrosa”, asevera la señora de los helados al despachar un cono de fresa. “Tiene un montón de ropa y en fiestas patrias se viste con los colores de la bandera”, relatan la niñitas revoltosas. “La trajeron los curas españoles en tiempos de la colonia, pero era caprichosa y no quería estar en el templo”, cuentan los abuelos, recordando las historias que escucharon en su infancia.
La virgencita desaparecía, se escapaba del altar para colocarse en la puerta de la iglesia o atender a algún enfermo. Desde ahí miraba a la gente del pueblo, que andaba confundida y perpleja por la caprichosa actitud de la imagen, hasta que cierto día –no se sabe si para darle gusto o evitar una estrepitosa caída de esas de las que nadie está libre, ni siquiera la madrecita de Dios ¿no es verdad?- decidieron colocarla en el atrio del templo.
Y la llamaron Virgen de la Puerta. Y en 1943, el Papa Pío XII le otorgó el título de Patrona del Norte del Perú y Reina de la Paz Mundial. Y el ministro Morales Machiavelo elaboró los planos de un santuario que estuviera a la altura de imagen tan importante. Y los miembros de la Hermandad, consideraron que no era pecado gastar el dinero de la limosna, en obra tan loable.
Cerca de 40 años demoró la construcción de un santuario de sencilla y lítica grandeza, con dos torres robustas coronadas por cruces blancas, amplias naves capaces de cobijar a todos los devotos y un balcón desde el que se puede ver de cerca la urna de la Virgen, que ha sido colocada encima de las tres puertas, para evitar sus repentinos arranques de escapista.
Pueblo de fiesta
“Siempre escucha a sus fieles”, sentencia la vendedora al despedirse de su banquito reumático. “El libertador Simón Bolívar le rindió honores y, en la guerra con Chile, uno de sus vestidos fue abaleado”, se entristecen las niñitas que no saben guardar secretos. “Su fiesta es linda. Procesiones, música y baile durante 3 días”, se olvidan de las maldiciones los ancianos de la plaza.
Diciembre, mes de fiesta en Otuzco. Desborde de fe. Arrebatos de devoción en un pueblo habitualmente tranquilo, que se ve trastocado por la llegada de cientos, quizá miles de peregrinos procedentes de todo el Perú... “Ah, esos días la plaza está llena”, confiesa la mujer del velo negro y el corazón lleno de esperanzas; “Ah, esos días sí hay negocio”, se frotan las manos, sacan cuentan los mercaderes del templo.
Marea titilante de velas encendidas. Vaivén de bailarines de marinera y huayno. Redoblar de tambores. Estallidos persistentes de bombardas de artificio. Fiesta en un pueblo campesino de calles centenarias, casonas descascaradas y chirriantes balcones de madera... “la gente le regala mantas y preciosos vestidos a la Virgen. Tiene más de 500 y todos están aquí”, acaricia monedas, cuenta billetes, el hombre que vende los boletos en el museo del Santuario.
Día de procesión. El fervor aumenta. La Virgen desciende desde su atalaya en el frontispicio de la iglesia. “Es emocionante. A uno se le caen las lágrimas”, dice la señora de los helados. “Los miembros de la Hermandad, tienen un sistema para hacerla bajar”, revelan los ancianos. “La pasean por las calles del pueblo. Bendice a todos”, adelgazan sus voces las niñas inquietas.
La mujer del velo negro desaparece en el horizonte. Los helados terminan de derretirse. Las niñas se cansan de contar historia. Los ancianos ya no tienen más quejas. Nadie compra velas ni escapularios. Se acaba el día. La plaza de Armas queda desierta... pero la Virgen sigue en la puerta, observando los perfiles serranos de su pueblo: Otuzco, la capital de la fe.
Comentarios
Saludos,
En Explorando nada parece una locura. Así que no te preocupes. Respecto a la virgen de la Puerta, esta imagen no representa a una niña; por lo que creo que no es la que buscas.
Tengo fotografías de Otuzco y su virgen. Pero, por esas cosas de los olvidos, aún no las escaneo.
Saludos cordiales,
Saludos cordiales,
bendiciones