Cusco de fiesta
Diversión en tierras del Inca
El Cusco, la antigua capital del imperio Inca, tiene una agitada e inquieta vida nocturna. La ciudad baila, brinda y se enamora entre las sombras de la oscuridad y el colorido titilar de las luces de las discotecas, bares y pubs.
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
Noche bohemia. Noche romántica. Noche de facciones sombrías y de amores burbujeantes. Amores explosivos. Noche de sonrisas cómplices y de brindis políglotas. Noche apurada por las manecillas del reloj. Noche que debería volverse eterna, para que sigan parpadeando sus luminosos ojos de mil colores y no se extinga su portentosa voz estereofónica.
Noche de insomnio. Noche de juerga, de fiesta y vacilón cosmopolita. De horas felices y de dos por uno la jarra de cerveza. Salud, amigo, cheers, my friends, en bares, tabernas, discotecas, pubs o donde sea que la noche invite; esa noche tentadora que oculta su espíritu febril bajo el pálido maquillaje de las farolas de la Plaza de Armas, de la avenida El Sol y de las retorcidas calles de San Blas.
Noche de charangos y quenas, de sintetizadores y guitarras eléctricas. Noche andina de notas y ritmos fusionados. Noche asorochada (de mal de altura), noche de frío, quizás de lluvia o, tal vez, sólo noche de estrellas brillantemente azules... Noche que no descansa, que zapatea estremeciendo los muros de piedra del ombligo del mundo.
Noche pletórica de inquietud que transforma la antigua capital de los incas. Cusco de noche. Cusco distinto, sin salidas a la Catedral, sin Púlpito de San Blas, sin Sacsayhuaman, sin Valle Sagrado, sin Machu Picchu. Noche en busca de amistades efímeras. Noche con aliento a licor. Noche sin pasaportes, sin fronteras y sin rencores. Noche de hermandad.
Noche sin descanso y de bailes interminables, con ritmo o sin ritmo, con pareja o sin ella, con pareja del sexo opuesto o del mismo sexo... ¡¿Cómo?! Ya nada sorprende o todo sorprende muy poco en la noche de huayno o de rock, de saya o de rap, de chicha o de heavy. Noche en la que puede suceder cualquier cosa; menos aburrirse, menos bostezar, menos irse a dormir.
Tours de fiesta
Se encienden las luces. Un nuevo Cusco despierta. Un Cusco insinuante, provocador, quizás hasta atrevido se exhibe ante los ojos cansados de los turistas que vuelven de las excursiones, se muestra ante la nostálgica mirada del viajero que está a punto de partir y quiere ahogar su tristeza con varios chopps de cervezas o sacudir las penas con el frenético zapatear de un huaynito.
Y es que en el Cusco siempre hay algo qué hacer. De día o de noche. Con sol o con luna. Visitas al centro histórico en las mañanas y también en las tardes, para descubrir la mágica comunión entre lo inca y lo hispano; o recorrer bares, discotecas y otros “templos” de diversión en las noches seductoras.
Bueno, todo esto ocurre cuando la ciudad se viste de nocturnidad y se programan los nuevos tours, sin agencias, sin guías, sólo por instinto, puro pálpito, puro ir y venir siguiendo los mandatos de la noche, las reglas de la juerga y aprovechando las horas felices (happy hours), para ahorrar alguito, para brindar y bailar más, hasta que amanezca, hasta que despierte el Sol, el dios de los Incas.
En las noches de la “Capital Arqueológica de América” se escribe diariamente una nueva historia, que no figura en los libros ni en las tesis de los investigadores, porque aquí la “conquista” se repite una y otra vez, pero es distinta, sin violencia, sin exterminio; sólo con sonrisas y palabras bonitas, sólo con mohines y guiños sensuales.
Y también se “encuentran los mundos”. Lo andino y lo occidental otra vez frente a frente, ya no en la Plaza de Armas de Cajamarca donde Atahualpa fue capturado por Francisco Pizarro, sino en una reducida mesa de madera, en la que un "don Juan” cusqueño con pinta de Inca resucitado, trata de enamorar a una lindura de ojos azules.
Amor pasajero, amor de viaje, amor de aventura. Promesas de cariño entre las parejas formadas por descendientes de aquel histórico “encuentro de dos mundos”, aunque, a decir verdad, en el planeta ya hay más de dos mundos y nosotros como que hemos descendido de categoría, porque andamos por el tercero, a pesar de los Incas y toda su sabiduría.
Así es la juerga. Con botellas vacías y vasos que se rompen. Con algún “machito” que quiere irse a las manos o se manda con una diatriba tipo “hemos descendido al cuarto mundo, compadrito” o turistas excesivamente entusiastas que declaran su admiración por todo lo andino y juran amor eterno al Cusco, esa ciudad entrañable que ya extrañan sin haberla dejado.
Los últimos brindis en quechua, español, inglés o cualquier otro idioma. Total, el trago es un buen traductor. Todos se entienden o por lo menos tratan de hacerlo; y si no lo logran...¡qué importa!. Hay que seguir, aprovechar cada minuto, porque la noche no es tan larga como se cree y ahorita surge la luz para echar a perder la diversión.
Amanece en Cusco. Se despereza el tren que va a Machu Picchu. Cierran los bares, discotecas, cantinas y pubs. Sosiego y calma en la ciudad imperial. El sol ilumina a su ciudad consentida, mientras la luna descansa y recupera sus fuerzas para acompañar a los noctámbulos y brindar con ellos. “Salud, señor-mister”; “cheers, compadrito”.
Diversión en tierras del Inca
El Cusco, la antigua capital del imperio Inca, tiene una agitada e inquieta vida nocturna. La ciudad baila, brinda y se enamora entre las sombras de la oscuridad y el colorido titilar de las luces de las discotecas, bares y pubs.
Viajero: Rolly Valdivia Chávez
Noche bohemia. Noche romántica. Noche de facciones sombrías y de amores burbujeantes. Amores explosivos. Noche de sonrisas cómplices y de brindis políglotas. Noche apurada por las manecillas del reloj. Noche que debería volverse eterna, para que sigan parpadeando sus luminosos ojos de mil colores y no se extinga su portentosa voz estereofónica.
Noche de insomnio. Noche de juerga, de fiesta y vacilón cosmopolita. De horas felices y de dos por uno la jarra de cerveza. Salud, amigo, cheers, my friends, en bares, tabernas, discotecas, pubs o donde sea que la noche invite; esa noche tentadora que oculta su espíritu febril bajo el pálido maquillaje de las farolas de la Plaza de Armas, de la avenida El Sol y de las retorcidas calles de San Blas.
Noche de charangos y quenas, de sintetizadores y guitarras eléctricas. Noche andina de notas y ritmos fusionados. Noche asorochada (de mal de altura), noche de frío, quizás de lluvia o, tal vez, sólo noche de estrellas brillantemente azules... Noche que no descansa, que zapatea estremeciendo los muros de piedra del ombligo del mundo.
Noche pletórica de inquietud que transforma la antigua capital de los incas. Cusco de noche. Cusco distinto, sin salidas a la Catedral, sin Púlpito de San Blas, sin Sacsayhuaman, sin Valle Sagrado, sin Machu Picchu. Noche en busca de amistades efímeras. Noche con aliento a licor. Noche sin pasaportes, sin fronteras y sin rencores. Noche de hermandad.
Noche sin descanso y de bailes interminables, con ritmo o sin ritmo, con pareja o sin ella, con pareja del sexo opuesto o del mismo sexo... ¡¿Cómo?! Ya nada sorprende o todo sorprende muy poco en la noche de huayno o de rock, de saya o de rap, de chicha o de heavy. Noche en la que puede suceder cualquier cosa; menos aburrirse, menos bostezar, menos irse a dormir.
Tours de fiesta
Se encienden las luces. Un nuevo Cusco despierta. Un Cusco insinuante, provocador, quizás hasta atrevido se exhibe ante los ojos cansados de los turistas que vuelven de las excursiones, se muestra ante la nostálgica mirada del viajero que está a punto de partir y quiere ahogar su tristeza con varios chopps de cervezas o sacudir las penas con el frenético zapatear de un huaynito.
Y es que en el Cusco siempre hay algo qué hacer. De día o de noche. Con sol o con luna. Visitas al centro histórico en las mañanas y también en las tardes, para descubrir la mágica comunión entre lo inca y lo hispano; o recorrer bares, discotecas y otros “templos” de diversión en las noches seductoras.
Bueno, todo esto ocurre cuando la ciudad se viste de nocturnidad y se programan los nuevos tours, sin agencias, sin guías, sólo por instinto, puro pálpito, puro ir y venir siguiendo los mandatos de la noche, las reglas de la juerga y aprovechando las horas felices (happy hours), para ahorrar alguito, para brindar y bailar más, hasta que amanezca, hasta que despierte el Sol, el dios de los Incas.
En las noches de la “Capital Arqueológica de América” se escribe diariamente una nueva historia, que no figura en los libros ni en las tesis de los investigadores, porque aquí la “conquista” se repite una y otra vez, pero es distinta, sin violencia, sin exterminio; sólo con sonrisas y palabras bonitas, sólo con mohines y guiños sensuales.
Y también se “encuentran los mundos”. Lo andino y lo occidental otra vez frente a frente, ya no en la Plaza de Armas de Cajamarca donde Atahualpa fue capturado por Francisco Pizarro, sino en una reducida mesa de madera, en la que un "don Juan” cusqueño con pinta de Inca resucitado, trata de enamorar a una lindura de ojos azules.
Amor pasajero, amor de viaje, amor de aventura. Promesas de cariño entre las parejas formadas por descendientes de aquel histórico “encuentro de dos mundos”, aunque, a decir verdad, en el planeta ya hay más de dos mundos y nosotros como que hemos descendido de categoría, porque andamos por el tercero, a pesar de los Incas y toda su sabiduría.
Así es la juerga. Con botellas vacías y vasos que se rompen. Con algún “machito” que quiere irse a las manos o se manda con una diatriba tipo “hemos descendido al cuarto mundo, compadrito” o turistas excesivamente entusiastas que declaran su admiración por todo lo andino y juran amor eterno al Cusco, esa ciudad entrañable que ya extrañan sin haberla dejado.
Los últimos brindis en quechua, español, inglés o cualquier otro idioma. Total, el trago es un buen traductor. Todos se entienden o por lo menos tratan de hacerlo; y si no lo logran...¡qué importa!. Hay que seguir, aprovechar cada minuto, porque la noche no es tan larga como se cree y ahorita surge la luz para echar a perder la diversión.
Amanece en Cusco. Se despereza el tren que va a Machu Picchu. Cierran los bares, discotecas, cantinas y pubs. Sosiego y calma en la ciudad imperial. El sol ilumina a su ciudad consentida, mientras la luna descansa y recupera sus fuerzas para acompañar a los noctámbulos y brindar con ellos. “Salud, señor-mister”; “cheers, compadrito”.
Comentarios
viva la vida loca
Excelente crónica.