Reflexiones de una Tragedia
Estoy en Lima, otra vez. Mi retorno marca el final definitivo de mi frustrada excursión a la Cordillera del Sira. Ahora ya no estoy en una cabina de internet sino frente al computador de la oficina, decidido a ordenar mis recuerdos y escribir un texto coherente sobre mi penosa travesía al mundo verde e ignoto, pero no puedo. La radio me bombardea con las dolorosas repercusiones de la caída de un avión de la empresa Tans, ocurrida la tarde de ayer en la amazónica ciudad de Pucallpa.
Me resisto a escribir la palabra "accidente". Sé que alguien cometió un error. Dicen los especialistas que han tomado casi por asalto las cabinas de radio y los set de televisión, que el culpable es el piloto. Quizás sí, tal vez no. No sé si creerles, no sé si esperar el resultado de unas investigaciones que seguramente nunca conoceré, no sé si echarle la culpa al tiempo, a la lluvia... ¿a Dios?. Sí, alguien cometió un error, en el cielo o en la tierra, en el hangar o en la cabina, en la torre de control o en las oficinas en las que se piensa más en el lucro que en la seguridad.
Y así como me resisto a escribir la palabra "accidente" me niego a escribir el número de víctimas, porque los pasajeros que perdieron la vida en esa fatídica aeronave, son más que un número, más que una fría estadística. Nos duelen no porque sean 20 o 50, nos duelen porque eran nuestros hermanos, gente que debería estar aquí, con nosotros, con los suyos. Pero ya no están, porque alguien -¡diganme quien, por favor!- se equivocó.
El Perú se ha colocado una vez más el crespón negro de la tragedia. Sí, la noticia entristece, quiebra e indigna. Otra vez el dolor, las lágrimas, los golpes en el pecho, los pedidos de investigación, las etapas de ese círculo perverso que siempre se cierra con el olvido y la indolencia, con un indignante voltear de página y a seguir viviendo, sin sancionar a los culpables, sin reforzar las medidas de seguridad, esperando la próxima desgracia: un incendio en una discoteca sin extintores, la explosión de toneladas de pirocténicos en un mercado repleto de gente, la caída de un bus a un abismo de muerte. Y hay quienes se atreven a decir que Dios es peruano.
Ya no quiero redactar más. Estoy triste, lo confieso sin pudor. Deseaba escribir sobre el Sira y hasta había colocado una foto del inicio de la expedición en el torrente sediento del río Yuyapichis, pero no puedo hacerlo. Es culpa de la radio, del llanto de los sobrevivientes que narran sus increíbles historias de salvación, de los sollozos desolados de los familiares de las víctimas. Es culpa del círculo vicioso y del "accidente" que no fue un accidente.
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Nieves Ruiz