Las Ampollas del Sira
Esta vez la Cordillera del Sira nos ganó la partida. No pude derrotar sus intrincados caminos, abrirme paso entre su follaje desordenadamente vivo ni vencer sus montañas tapizadas de verdor.
Sólo vi al amanecer su henchido perfil alumbrado por un sol vigorosamente naranja. La imagen fue algo así como la despedida, la estampa del adiós, el premio consuelo para el expedicionario que tenía que volver a Yuyapichis por río, a bordo de una frágil canoa conducida por un malabarista de los torrentes: Óscar, un nativo ashaninka de la comunidad de Pueblo Libre, donde el grupo de caminantes pernoctó en su primer campamento en el monte.
¡Buena suerte!, grito al despedirme de mis compañeros José Luis, Américo y Erick. Mucho gracias le digo con sinceridad a Manuel Díaz, el guía local que con paciencia y buen humor, soportó con estoicismo mis berrinches de caminante frustrado, de andarín sediento, agotado y sudoroso que con pasos lastimeros, lacónicos, dolientes, trataba de llegar al campamento para completar una "sencilla" jornada de 28 kilómetros de recorrido.
Manuel -trejo, corpulento, irreductible- anduvo a mi lado con paciencia de santo. Apaciguando mis ánimos, contándome historias, ofreciéndome agua blanca del río Negro, en fin, haciendo más llevadera mi torturante travesía, mi calvario selvático que se inició antes de llegar a la comunidad de Pampa Verde, cuando la jornada no sobrepasaba aún los 8 kilómetros.
Fue allí donde comuniqué al grupo lo que entonces era - a mi entender- un "problemita" que podía solucionarse con un estratégico cambio de calzado. Me equivoqué. El cambió de las botas de jebe por los zapatos de trekk, sólo me brindó una momentánea comodidad.
Las ampollas ya estaban ahí, vigorosas, expansivas, ardientes como pedacitos de carbón, haciéndome sufrir a cada paso, retrasando mi marcha, alejándome del grupo... faltaba tanto por recorrer y el calor galopaba, se imponía, se hacía intenso. Sufría, pero seguía en el camino. No había otra posibilidad.
Hoy escribo estas líneas desde la ciudad de Pucallpa. Es lunes y el abandono se produjo el sábado por la mañana. Esa misma tarde llegué a Yuyapichis, allí pasé la noche porque no encontré ningún vehículo que me llevara a Puerto Zúngaro, donde debía abordar la camioneta al kilometro 86 de la vía Federico Basadre y luego subirme a un colectivo que me trasladara a mi destino actual, localizado a 24 horas de carretera de Lima, la capital del país y la ciudad en la que resido.
Todo un embrollo de subidas y bajadas. Un padecimiento que se hizo más agradable gracias a la amabilidad de la señora Bertha y sus hijos Badwin y Henry, iqueños que por esas cosas del comercio hoy tienen una surtida tienda en Yuyapichis.
Bajo el toldo de su negocio, en el que se puede encontrar desde una aguja hasta una cocina a gas, pasando por machetes y casetes de música infantil, esperé durante horas del sábado y el domingo, al vehículo que a trancazos me dejaría en Puerto Zúngaro...
Mi tiempo se acaba. Tengo que buscar la forma de volver a Lima. Allí continuaré con mi historia. Esta vez no llegué al Sira, pero estoy seguro que mis compañeros lo harán. Ellos nos contarán sus aventuras y con sus palabras revelarán el misterio de una selva aún inexplorada. (Pucallpa 8 de agosto del 2005, a las 9 horas con 4 minutos, en la cabina de internet Amarillas. Fin del reporte).
Esta vez la Cordillera del Sira nos ganó la partida. No pude derrotar sus intrincados caminos, abrirme paso entre su follaje desordenadamente vivo ni vencer sus montañas tapizadas de verdor.
Sólo vi al amanecer su henchido perfil alumbrado por un sol vigorosamente naranja. La imagen fue algo así como la despedida, la estampa del adiós, el premio consuelo para el expedicionario que tenía que volver a Yuyapichis por río, a bordo de una frágil canoa conducida por un malabarista de los torrentes: Óscar, un nativo ashaninka de la comunidad de Pueblo Libre, donde el grupo de caminantes pernoctó en su primer campamento en el monte.
¡Buena suerte!, grito al despedirme de mis compañeros José Luis, Américo y Erick. Mucho gracias le digo con sinceridad a Manuel Díaz, el guía local que con paciencia y buen humor, soportó con estoicismo mis berrinches de caminante frustrado, de andarín sediento, agotado y sudoroso que con pasos lastimeros, lacónicos, dolientes, trataba de llegar al campamento para completar una "sencilla" jornada de 28 kilómetros de recorrido.
Manuel -trejo, corpulento, irreductible- anduvo a mi lado con paciencia de santo. Apaciguando mis ánimos, contándome historias, ofreciéndome agua blanca del río Negro, en fin, haciendo más llevadera mi torturante travesía, mi calvario selvático que se inició antes de llegar a la comunidad de Pampa Verde, cuando la jornada no sobrepasaba aún los 8 kilómetros.
Fue allí donde comuniqué al grupo lo que entonces era - a mi entender- un "problemita" que podía solucionarse con un estratégico cambio de calzado. Me equivoqué. El cambió de las botas de jebe por los zapatos de trekk, sólo me brindó una momentánea comodidad.
Las ampollas ya estaban ahí, vigorosas, expansivas, ardientes como pedacitos de carbón, haciéndome sufrir a cada paso, retrasando mi marcha, alejándome del grupo... faltaba tanto por recorrer y el calor galopaba, se imponía, se hacía intenso. Sufría, pero seguía en el camino. No había otra posibilidad.
Hoy escribo estas líneas desde la ciudad de Pucallpa. Es lunes y el abandono se produjo el sábado por la mañana. Esa misma tarde llegué a Yuyapichis, allí pasé la noche porque no encontré ningún vehículo que me llevara a Puerto Zúngaro, donde debía abordar la camioneta al kilometro 86 de la vía Federico Basadre y luego subirme a un colectivo que me trasladara a mi destino actual, localizado a 24 horas de carretera de Lima, la capital del país y la ciudad en la que resido.
Todo un embrollo de subidas y bajadas. Un padecimiento que se hizo más agradable gracias a la amabilidad de la señora Bertha y sus hijos Badwin y Henry, iqueños que por esas cosas del comercio hoy tienen una surtida tienda en Yuyapichis.
Bajo el toldo de su negocio, en el que se puede encontrar desde una aguja hasta una cocina a gas, pasando por machetes y casetes de música infantil, esperé durante horas del sábado y el domingo, al vehículo que a trancazos me dejaría en Puerto Zúngaro...
Mi tiempo se acaba. Tengo que buscar la forma de volver a Lima. Allí continuaré con mi historia. Esta vez no llegué al Sira, pero estoy seguro que mis compañeros lo harán. Ellos nos contarán sus aventuras y con sus palabras revelarán el misterio de una selva aún inexplorada. (Pucallpa 8 de agosto del 2005, a las 9 horas con 4 minutos, en la cabina de internet Amarillas. Fin del reporte).
Comentarios
SABES MI FAMILIA Y YO ESTAMOS MUY CONTENTO DE AVERTE CONOCIDO...Y ESTAMOS SEGUROS QUE LA PROXIMA VEZ QUE LO INTENTES; LOGRARAS LLEGAR *AL SIRA*.
TU AMIGO BADWIN.
"SUERTE VIAJERO"
Sabes te deseo mucha suerte en tus proximas aventuras...
...y ojalá esta vez las "ampollitas", no te salgan...y asi puedas llegar "AL SIRA".
HASTA PRONTO
TU AMIGO HENRY
Gracias por hacer menos dolorosa mi espera y contribuir a la cura de mis temibles ampollas.
Nos vemos amigos.
SABES AMIGO PERDI TU CORREO PERSONAL (HTML) EN EL VIAJE A ICA....
ME GUSTARIA ESTAR EN CONTACTO.
GRACIAS Y SUERTE VIAJERO.
¡¡LAS AVENTURAS NO DEBEN PARAR!!
Escríbeme a viajero@terra.com.pe
Nos vemos.
Sabes mi mamá, te pregunta ¿cuando volveras a SIRA...?
Y si esta ves no te harán retroseder las AMPOLLITAS...
TU AMIGO : BADWIN.
Aún no sé cuando volveré al Sira, pero apenas lo sepa te paso la voz. Dile a tu mamá que estoy seguro que la próxima vez las ampollas no truncarán mi camino
Saludos,
Saluda a Américo de mi parte. Me alegra que hayas encontrado a tu "pueblo" en las páginas de Explorando Perú.