
Castigados. Unos por revoltosos, resentidos y comunistas; otros por timoratos y refugiarse en el silencio cómplice. Nadie está libre de culpa ni de pecado en el Cusco. Todos son dignos del berrinche y la ira gubernamental. Todos merecían un jalón de orejas y un certero coscorrón, para que aprendan de una buena vez que no se debe andar de levantiscos, cuando el país crece, progresa, va viento en popa.
Bajo esa perspectiva, los justos y los pecadores, los agitadores y los pacifistas, los que bloquean las carreteras y quienes sacan las piedras, fueron metidos en un mismo saco. Y así como Dios castigó a Sodoma y Gomorra, Alan García Pérez –que a veces se cree un ser supremo- decidió escarmentar a la Ciudad Imperial, quitándole la posibilidad de ser la Subsede de la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico.
La decisión fue anunciada ayer por el ministro de Defensa Antero Flores-Aráoz, quien aprovechó la oportunidad para hacer méritos con “su señor presidente”. Sólo así se puede entender sus desvaríos y frases insultantes hacia el pueblo cusqueño, al que calificó de cómplice de aquellos que impulsaron el paro regional y las protestas de la semana pasada.
“El resto de cusqueños han estado silentes, han callado en todos los idiomas, o sea, en lugar de expresar su protesta por los hechos de violencia, se han quedado callados, con ese silencio que le llamaríamos cómplice”, espetó el enjundioso Flores-Aráoz, quien aprovechando su racha de inspiración, agregó que los ciudadanos de la antigua capital inca, podían quedarse con su Machu Picchu.
Pero más allá de los dislates verbales de un ministro que desconoce su cartera -salvo que la defensa del Perú se sustente en el insulto y la ironía-, lo que realmente preocupa es el tufillo de reprimenda y venganza que encierra la medida. No es una decisión razonada. Es una respuesta hepática, impulsiva, basada en el principio del padre inflexible que quiere poner en vereda al hijo travieso y disoluto.
De lo que el gobierno no se da cuenta –o será que no le conviene darse cuenta- es que aquellos agitadores nacionales e importados de los que tanto habla (aunque nunca los identifica), son los únicos ganadores con esta situación. Ellos, si realmente existen, estarán saltando de puro contento con la noticia. Su objetivo de profundizar la situación de crisis y conflicto se ha concretado.
Ahora, muchos de aquellos “cómplices silentes”, usando la definición de Aráoz, podrían alzar su voz para protestar contra el gobierno; entonces, los “cuatro gatos” que según las versiones oficiales son los únicos que protestan en el Perú, podrían multiplicarse, repitiéndose con mayor intensidad los bloqueos y protestas producidas hace muy pocos días.
Con o sin revueltas, el Cusco es el emblema turístico del Perú. Por esa razón, en vez de andar vociferando que en la Ciudad Imperial hay infiltrados senderistas y chavistas, las autoridades estatales deberían de poner paños fríos a la situación. No más tormentas en vasos de agua. Calma y serenidad, señores del gobierno. No es tan difícil como a veces parece. Un buen inicio sería acabar con los adjetivos y los agravios.
Si realmente las autoridades están preocupadas por la imagen del país en el exterior, sería bueno que el presidente y sus ministros dejen de repetir hasta el cansancio que en el “ombligo del mundo andino” hay agitadores y terroristas malévolos que buscan desterrar a los extranjeros. Eso es igual de nocivo que un grupo de manifestantes tratando de tomar el aeropuerto o bloqueando una carretera.
Y mientras Antero Flores-Aráoz continúa paseándose por canales de TV y emisoras de radio, cumpliendo su patético rol de vocero de García y el APRA, en Explorando preferimos mostrar la cara carnavalesca del Cusco que descubriéramos en nuestra última visita. Un globito para Antero no estaría mal… ¿no les parece?
Bajo esa perspectiva, los justos y los pecadores, los agitadores y los pacifistas, los que bloquean las carreteras y quienes sacan las piedras, fueron metidos en un mismo saco. Y así como Dios castigó a Sodoma y Gomorra, Alan García Pérez –que a veces se cree un ser supremo- decidió escarmentar a la Ciudad Imperial, quitándole la posibilidad de ser la Subsede de la Cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico.
La decisión fue anunciada ayer por el ministro de Defensa Antero Flores-Aráoz, quien aprovechó la oportunidad para hacer méritos con “su señor presidente”. Sólo así se puede entender sus desvaríos y frases insultantes hacia el pueblo cusqueño, al que calificó de cómplice de aquellos que impulsaron el paro regional y las protestas de la semana pasada.
“El resto de cusqueños han estado silentes, han callado en todos los idiomas, o sea, en lugar de expresar su protesta por los hechos de violencia, se han quedado callados, con ese silencio que le llamaríamos cómplice”, espetó el enjundioso Flores-Aráoz, quien aprovechando su racha de inspiración, agregó que los ciudadanos de la antigua capital inca, podían quedarse con su Machu Picchu.
Pero más allá de los dislates verbales de un ministro que desconoce su cartera -salvo que la defensa del Perú se sustente en el insulto y la ironía-, lo que realmente preocupa es el tufillo de reprimenda y venganza que encierra la medida. No es una decisión razonada. Es una respuesta hepática, impulsiva, basada en el principio del padre inflexible que quiere poner en vereda al hijo travieso y disoluto.
De lo que el gobierno no se da cuenta –o será que no le conviene darse cuenta- es que aquellos agitadores nacionales e importados de los que tanto habla (aunque nunca los identifica), son los únicos ganadores con esta situación. Ellos, si realmente existen, estarán saltando de puro contento con la noticia. Su objetivo de profundizar la situación de crisis y conflicto se ha concretado.
Ahora, muchos de aquellos “cómplices silentes”, usando la definición de Aráoz, podrían alzar su voz para protestar contra el gobierno; entonces, los “cuatro gatos” que según las versiones oficiales son los únicos que protestan en el Perú, podrían multiplicarse, repitiéndose con mayor intensidad los bloqueos y protestas producidas hace muy pocos días.
Con o sin revueltas, el Cusco es el emblema turístico del Perú. Por esa razón, en vez de andar vociferando que en la Ciudad Imperial hay infiltrados senderistas y chavistas, las autoridades estatales deberían de poner paños fríos a la situación. No más tormentas en vasos de agua. Calma y serenidad, señores del gobierno. No es tan difícil como a veces parece. Un buen inicio sería acabar con los adjetivos y los agravios.
Si realmente las autoridades están preocupadas por la imagen del país en el exterior, sería bueno que el presidente y sus ministros dejen de repetir hasta el cansancio que en el “ombligo del mundo andino” hay agitadores y terroristas malévolos que buscan desterrar a los extranjeros. Eso es igual de nocivo que un grupo de manifestantes tratando de tomar el aeropuerto o bloqueando una carretera.

Comentarios
Un saludo cordial.
Saludos,
En todo caso, te decía que no hay ningún problema y que me escribas a viajero@terra.com.pe, para coordinar.
Saludos,