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Sus cachos serpentean como si fueran lenguas de fuego. Su rostro es aterradoramente colorido. Es el diablo, el maligno, el príncipe de la oscuridad...pero en Puno camina como cualquier mortal y cuando quiere driblear a la lluvia o alejarse del cansancio, detiene un “taxi cholo” y anda sobre ruedas, eso sí, siempre pide una rebajita.
Durante la fiesta de la Candelaria, las puertas del infierno se abren de par en par; entonces, la ciudad es invadida por decenas de diablos y chinas diablas. Se les puede ver en todos los rincones, protegiendo sus capas de la lluvia, tomándose una cervecita en un quiosco del mercado, devorando un plato de chicharrón con papitas y chuño o bailando como poseídos en el jirón Lima, la calle principal de la urbe altiplánica.
Lo más impactante es que los diablos –mansitos como si salieran de una sesión de exorcismo- veneran con incomparable devoción a la Virgencita y hasta le piden o le agradecen un milagro. Después vuelven al infierno o quién sabe a dónde, pero ya no se les encuentra en Puno.
Particularidades de la fe, contradicciones de una fiesta en la que todo puede suceder y en la que nada sorprende, ni siquiera ese oso polar que salta como si tuviera un resorte o aquel gorila mal carado que blande una cadena o esos morenos de máscaras plateadas que zarandean una matracas de inusuales formas.
No hay fiesta sin baile. Y los hijos del lago lo saben muy bien e incluso hasta exageran un poquito, por qué dónde se ha visto que en una sola celebración se presenten más de 200 danzas autóctonas y... zapatean los comuneros, los campesinos, los mineros, corretean los llameros y los pastores de las alturas inhóspitas, quiebran las cinturas o regalan sensuales mohines las chinitas de la ciudad.
El vendaval de color y movimiento se inicia el primer domingo de febrero en el exiguo gramado del estadio Enrique Torres Belón, escenario del Concurso Regional de Danzas Autóctonas, en el que participaron conjuntos de Puno y de las provincias y comunidades cercanas.
Los sicuris (antaras con dos series de 7 tubos) convertían el viento en melodía, los bombos marcaban el pulso de la fiesta. El estadio era un espiral de alegría con las pandillas carnavaleras y los grupos de wifalas (danza pastoril quechua de origen colonial). Las zampoñas y pincullos (flauta de huarango con 6 agujeros), no cesaban de sonar, sus notas parecían provenir de los meandros del tiempo y la eternidad.
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En los días siguientes, los conjuntos folclóricos de la ciudad ensayaban sus movimientos, ajustaban sus coreografías, probaban sus trajes de luces y sus máscaras de espanto. Las horas pasaban como un suspiro. La ciudad dormía arrullada por los alaridos de las pandillas que recorrían las calles o la afinada destreza de las bandas de músicos.
Hasta que llegó el momento de la verdad: segundo domingo de febrero, más de 60 conjuntos de morenada, diablada, caporales, sicuris y saya, compitieron entre sí, para saber cual era el mejor.
Una vez más, en el estadio Torres Belón se cambiaron los goles y las posiciones adelantadas, por los acordes musicales y los pasos de baile del Concurso de Danzas con Trajes de Luces.
Movimientos de cinturas, saltos frenéticos, ángeles que luchaban contra los diablos, caporales que dirigían los giros y volteretas, morenos de andar rítmico y matracas con garraspera. Los ejércitos danzarines en honor a la patrona de las alturas, conquistaban aplausos y capturaban la admiración de las miles de personas que copaban el coloso de cemento.
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Y la rítmica batalla se prolongó hasta lunes, cuando los conjuntos participaron en la Gran Parada de Veneración a la Virgen de la Candelaria; entonces, toda la ciudad se contagió de los ritmos frenéticos y hasta la querida Mamita, salió al atrio de su iglesia, para observar el paso de sus devotos y recibir la pleitesía de sus hijos.
Las celebraciones no concluyen con la parada, prosiguen durante varios días más. Ya nadie recuerda las palabras del párroco y si alguien piensa en ellas prefiere acallar los clamores de su conciencia con un buen vaso de cerveza. Salud, por Puno, la Virgen de la Candelaria y las decenas de diablos que la veneran. (Rolly Valdivia)
Comentarios
Sé que ya conoces, pero te invito a pasar el carnaval en Oruro y esta vez en calidad de turista no de periodista y asi bailamos hasta el amanecer y de rodillas hasta el socabón.Te espero
Más allá de las bromas, el carnaval de Oruro es para no perdérselo y si hay que bailar hasta el amanecer: Bailaremos, pero antes me dejas tomar unas fotitos más que sea.
Saludos Paos, el Cusco te sigue esperando.
Chaoooo....
Salud master y siempre ARRIBA jajaja
Rody